Colaboraciones

Amigos de Don Manuel: Madre María Antonia González García

Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Hay personas a las que se les intuye más que se les percibe, esa sencilla persona del aseo en cualquier edificio que hace que todo quede limpio a su paso, que se vuelve imprescindible aunque nadie conozca su nombre. 
Así me parece que es la Madre Ma. Antonia González García, la hermana de Don Manuel, la cofundadora de las Marías Nazarenas. A ella le tocaría en muchas oportunidades estar en primera fila para apoyar las aventuras apostólicas de su hermano. Era la última en casa, pero la primera en lanzarse al apostolado. 
Me gustaría poder encontrarla para hacerle algunas preguntas, pero ya en vísperas del I Congreso Internacional sobre Don Manuel, con tantos detalles que ultimar, puede ser una pequeña dificultad.
Me dicen que la han visto por la capilla, así que hacia allá me dirijo, pero en el cielo, dónde está la capilla si en todo lugar habita Dios. 
Una mujer con un rostro amable, dulce, con una serenidad impactante, aparece. 
- ¿Es María Antonia González García? – pregunto, con probabilidades de equivocarme. 
- Si, para servir a Dios y a ud., – me contesta y mirando mi indumentaria me reconoce como periodista inmediatamente – los  periodistas apenas van llegando, pero puede quedarse si gusta. 
- Me gustaría preguntarle algunas cosas sobre Don Manuel, si me permite.
- Bueno, tenemos trabajo, pero algunas podré contestar. 
- ¿Cómo fue la vida de Don Manuel en el seminario?
- Pues simple, estudios y alguna travesura, creo que le habían nombrado “enfermero” y a algún seminarista que no se hallaba a gusto se la pasaba quejándose de un dolor de espalda. Mi hermano le gastó una broma, le puso betún de zapatos en el lugar señalado y surtió efecto. Cosas de chiquillos. Travesuras del rubillo.
- ¿Qué paso en casa después de su ida al seminario?
- Pues hubo algo más de silencio, menos travesuras.  La vida familiar se hizo más intensa, más cercana, más íntima. Si antes rezábamos en familia, ahora rezábamos por la fidelidad de Manuel, por su vocación. 
- ¿Su ordenación?
- Le ordenó Don Marcelo, obispo de Sevilla antes de ser Cardenal. Recuerdo que fue en la capilla del prelado, fue el 21 de septiembre de 1901. Allí estábamos todos: mi madre, la primera, mi padre, Francisco, Martín y claro, yo. Todos llorábamos y cómo no hacerlo si en aquel otro Cristo habíamos influido todos. Todos habíamos rezado por él, por su fidelidad, por su entrega, por su sacerdocio. 
- ¿Qué pasó en Don Manuel tras regresar de Palomares del Río?
- A Palomares del Río llevaba mi hermano el corazón lleno de expectativas, allí algo se quebró. Regresó como cambiado, menos hablador, menos divertido. Algo había pasado, pero no decía nada. Se jugaba en su corazón, su vocación y su apostolado, allí como sabe se hizo el sacerdote, el apóstol del Sagrario abandonado. Pudo dar la vuelta y haberse olvidado de todo, pero no lo hizo. En casa se respetó su silencio, se rezó por su silencio y se apoyó su silencio. 
- ¿En su vida, cuál ha sido la huella de Don Manuel?
- Pues vez ese árbol que se halla en el jardín, si llueve se moja, si sale el sol se seca pronto, reverdece, se llena de flores, da lo mejor de sí en cada rama, brote, hoja. ¿Cómo puedes estar y no recibir la huella de lo que te rodea? No pude ni quise escapar a su empuje. 
- ¿Alguna anécdota de su vida para concluir?
- De pequeño, contaba mamá que al verme por vez primera, le dijo:  “Esta niña es para mí, para siempre”.  Creo que en esa frase se esconde mucho de mí misma. Fui hermana y discípula; recorrimos caminos similares pero diferentes; ocupé un lugar propio, con riesgos y dicha inenarrable, en cierto modo, estuve siempre la primera tras sus huellas. 
Me deja sorprendido, quisiera decir una última palabra, pero no me atrevo, hay personas que dejan huella, una huella imperceptible, pero única, y Madre María Antonia es una de ella. 

Mª Antonia González García

Amigos de Don Manuel: Beato Enrique Vidaurreta Palma

Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Hay hombres que se parecen entre sí como si fueran dos gotas de agua. Las virtudes, los valores, los ideales, les hacen ser uno aunque sean diferentes. Don Manuel conoció a un hombre muy parecido a él. A este hombre le confió la perla de su corazón: su seminario. 
¿Saben quién es?
Don Enrique Vidaurreta Palma se llamaba y era, como os digo, la copia de Don Manuel.  Unos dicen que se quería ir de jesuita cuando conoció a Don Manuel.  En cualquier caso, Don Manuel le propuso la guía del seminario de Málaga. Algo tenía que haber visto en aquel sacerdote, para confiarle el corazón de la diócesis. 
Cayó mártir en 1936, apresado en el Seminario junto a un numeroso grupo de sacerdotes que realizaban Ejercicios Espirituales, fue conducido a la cárcel junto al resto de los presentes. El 30 de agosto se ofreció para ocupar el lugar de un sacerdote enfermo, le robó el cielo y la palma del martirio.  Fue beatificado en 2007.
- ¿Don Enrique? – pregunto a un corrillo de sacerdotes.
- Diga ud., - me responde un sacerdote de unos cuarenta años, con rostro amable. 
- Me gustaría  hacerle unas preguntas sobre el seminario de Málaga en los años veinte del siglo pasado. ¿Era ud., el rector, verdad? 
- No, para nada, yo era el vicerrector, el rector era Don Manuel. Me dejaba hacer, pero había un diálogo constante entre ambos. Una espiritualidad compartida: un aprender a ser pastor a su lado.
- Entonces…
- En 1929 me confió su seminario y en 1931, tras el incendio de palacio y de muchos templos de la ciudad, me lo volvió a confiar. En aquel momento fue muy difícil porque él no estaba, se hallaba expatriado en Melilla. Cuando vi a mis seminaristas dispersados, expuestos a mil peligros, hubo en mí cierta angustia, cierto desgarre como si hubiera faltado a mi palabra.
- Pero aquel seminario, fue un semillero de santidad. 
- Pues no lo niego, nuestro obispo, Don Manuel fue su primer fruto maduro. Del profesorado cayeron bajo las balas comunistas, cuatro sacerdotes, jóvenes la mayoría, llenos de celo, de vida: Don Eliseo Santos, Don Manuel de la Cámara,  Don José Lucena y Don Florencio Martín. Algunos seminaristas enamorados totalmente del sacerdocio también fueron testigos de su fe, qué puedo decir de ellos. Fueron  Eliseo Merino, Miguel Díaz, Cristóbal Luque, José Merino y el diácono Juan Duarte. Sus últimos momentos nos recuerdan las Actas de los mártires de los primeros siglos del cristianismo. 
- Usted pudo huir, ¿por qué se quedó? 
- Porque el capitán se hunde con su barco, a mí Don Manuel me confió aquel Seminario, con su Pastorcito eucarístico como modelo y guía, cómo le iba a abandonar. Estábamos en Ejercicios, éramos 32 sacerdotes, nunca pensamos que algunos daríamos testimonio de nuestra fe.  
- Entonces se puede decir que en ud. se aplica aquello de “siervo fiel, entra…”
- Bueno, yo solo cumplí con mi deber. – con una sonrisa se voltea y sigue su camino, en busca de sus compañeros. 
Estos hombres me dejan sorprendido, su vida se esconde en el gran libro de la Vida, pues ellos han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. No buscan fama ni vanagloria, solo el poder conducir su rebaño.
Beato Enrique Vidaurreta Palma

Amigos de Don Manuel González: San Pío X

Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Pedir una audiencia con el Papa siempre ha sido un poco difícil de obtener, hoy me gustaría encontrarme con Pío X, el Papa de la Eucaristía, un conocido de Don Manuel.   
Pío X  era el hijo del cartero de Trevisso, ordenado sacerdote siempre recordó sus grandes esfuerzos para poder ir a la escuela, andaba varios kilómetros descalzo, para no gastar sus zapatos. Tras varios años de servicio en su diócesis natal, fue ordenado obispo de Mantua y unos diez años más tarde, es nombrado Cardenal de Venecia. En 1904 fue elegido Obispo de Roma, siendo sus líneas de acción pastoral: la liturgia, el derecho canónico, el catecismo.
En noviembre de 1912, fue invitado Don Manuel a Roma por su obispo, el doctor Almaraz, que iba a recibir nada más y nada menos que el capelo cardenalicio.  La audiencia fue fijada para el 28 de este mes.  Fue un encuentro bonito, de esos que se recuerdan para siempre, pero me gustaría que lo contara el mismo Papa, a quien no dejo de buscar. 
En algún patio le encuentro rodeado de niños y niñas, ¿quizás en clase de catecismo? Le espero.  En algún momento se despide y comienza a avanzar lentamente. Aprovecho y con sumo respeto, que es el Papa, le abordo:
- Santo Padre, me permite unas preguntas.
- Con gusto, - me responde mientras recoge en su mano derecha el rosario. 
- Se acuerda de Don Manuel, aquel curilla que le visitó para hablarle de la Obra de las Marías de los Sagrarios españolas.
- Claro que me acuerdo, fue un poco divertido porque no nos lográbamos  entender, - comenta con una gran sonrisa. El Cardenal Almaraz, lo presentó con gran elocuencia “Santísimo Padre, ¡el arcipreste de Huelva!, el apóstol de la Eucaristía”. Bueno, el apóstol se quedo un poco mudo, yo le hablaba de su obra, de los sagrarios abandonados no sólo en España sino en todo el resto del mundo y aquel curilla un poco  regordete, me miraba, me miraba pero no decía palabra.
- Pero, alguien le ayudó.
- Sí, claro, siempre hay un ángel por ahí, el P. Luis Albert, que era el rector del Colegio Español, intervino prudentemente y habló por Don Manuel.  Don Manuel quería un gran favor para sus Marías de los sagrarios, pero no podía decir palabra.  Cuando supe sus intenciones, riendo le dije: “¡Ah, párroco pícaro!”. 
- ¿Qué deseaba entonces Don Manuel? ¿Por qué viajó a Roma, entonces? 
-  Pues él quería “que Jesús vaya a visitar a sus Marías cuando a éstas les toque estar enclavadas en la cruz de la enfermedad sobre el altar del dolor, y que las visite del modo más bonito y fino que tiene Él de visitar, es decir, en forma de Misa”.
- ¿Lo logró? – vuelvo a preguntar.
- Claro que lo logró, era justo que en el momento final de aquellas Marías y Juanes que habían vivido acompañando y consolando a Jesús Abandonado en el Sagrario pudiesen ser acompañados y consolados por su Amigo.  Una semana después firmé el documento que me presentó el Cardenal Vives y Tutó.
- ¿Algún otro recuerdo de Don Manuel?
- No, no nos volvimos a ver en la tierra, sino acá en el cielo, y nos hemos reído acordándonos de ese encuentro. Aquí le volví a decir, párroco mío y él, se puso un poco rojo de la emoción. 

San Pío X

Amigos de Don Manuel: Santa Ángela de la Cruz


                                                 Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Sevillana como Don Manuel, es Sor Ángela de la Cruz la fundadora de las Hermanas de la Cruz.  Nuestro obispo la admiraba y la quería. Cuando fue nombrado obispo de Málaga, pidió una fundación de estas en su diócesis.  Les cedió parte de su palacio episcopal. Con ellas compartió la noche inquietante del 11 de mayo de 1931. 
Sor Ángela como sus hijas, siempre anda entre los más pobres, entre los ancianos, los niños huérfanos, por eso buscarla no es difícil, pero tampoco fácil.  Después de mucho andar, de mucho buscarle, le hallo finalmente para preguntarle algunas cosas sobre Don Manuel. 
- Sor Ángela,  ¿me contestaría unas preguntas sobre Don Manuel?
- Ah, sobre Don Manuel, claro con mucho gusto. 
- ¿Cómo se conocieron?
- Pues en Sevilla, de allí somos los dos, compartimos el amor al Santísimo y la Inmaculada.
- ¿Cómo  fue la fundación de Málaga?
- Pues Don Manuel vino a visitarme, me contó la necesidad que tenía de mis Hermanas en Málaga, y le dije que había muchas peticiones de fundaciones e insuficiente el número de religiosas, así que la respuesta fue no. Lo volvió a intentar, con nuevos argumentos. Le contesté que necesitábamos una casa que nos sirviera de hogar y base de operaciones. Me ofreció el piso bajo del palacio, lo independizó del palacio y le dio salida a otra calle. No tuve más opción que formar un equipo de cinco religiosas y enviarlas a Málaga. 
- ¿Algún recuerdo de esta fundación?
- Don Manuel, era un obispo pobre, daba a manos llenas, no sé de donde sacaba tato dinero. Incluso parecía que los mismos pobres eran quienes auxiliaban a las Hermanas de la Cruz, él decía “quiero que los asistidos más parezca que vana a socorrer a las Hermanas de la Cruz que a recibir de ellas caridad”, pero detrás de todo estaba el obispo. 
- ¿Cómo vivió los sucesos de mayo de 1931?
- Pues aquí se nos respetó y se nos cuidó. No sabíamos nada de las Hermanas de Málaga, ellas pasaron un buen susto, pero Don Manuel les cuidó, fue un padre para ellas. En un momento perdieron su casa. La superiora, mujer previsora tenía la última limosna del obispo aún en la bolsa por si llegara a presentarse una dificultad. Así que aquellas 500 pesetas fueron compartidas, una parte para las Hermanas que así pudieron regresar a Sevilla y la otra, se la entregaron al obispo. 
- Le visitaba en Sevilla. 
- Claro. En mi última enfermedad, me fue a visitar, ya estaba postrada en mi cama de madera, apenas podía hablar ni abrir los ojos, pero siempre hacía hacerme reír. Aquel día me dijo: “Madre, repita conmigo esta jaculatoria: ¡Viva mi cruz y yo en ella con Jesús y todas mis hijas hasta la muerte!” – se sonríe, y sigue -  después, siguió: “¡Y la que saque un pie de la Cruz, ¡que le dé un calambre!” 
- Gracias, Sor Ángela, muchas gracias. 
- No hay de qué, y si le ve, dígale que todavía a ninguna de mis hijas le ha dado un calambre. 


Amigos de Don Manuel: Mártires de la Orden de la Visitación de Madrid


Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Continúo la búsqueda de algunos conocidos y conocidas de Don Manuel González, espero poder hallar a alguien no tan conocido como el Cardenal Spínola, pero nunca sabemos a quién encontraremos entre tantas moradas.
Don Manuel trató a muchas, muchísimas personas de toda condición a lo largo de su sacerdocio primero, y episcopado después. Todos ellos y ellas tienen una anécdota única sobre Don Manuel. De aquellos encuentros sorpresivos o esperados llegó a tener un conocimiento de las personas como podremos ver, si encuentro a las personas indicadas. 
Busco a dos mártires de la Orden de la Visitación de Santa María de Madrid. Las presento brevemente.
 Hna. Josefa María Barrera Izaguirre (1881 – 1936) desde pequeña jugaba a ser monja y expresaba su deseo de ser Carmelita descalza, pero no pudo ver sus deseos vocacionales cumplidos hasta que libre de la asistencia de sus padres, ingresó en 1918 en el Primer Monasterio de la Orden en Madrid.  Se ofreció como voluntaria para la fundación en Japón, aunque le temía a los ratones y no podía comer arroz. Desde los acontecimientos de 1931 se le veía temerosa y en varias ocasiones expresó: “- Yo no tengo madera de mártir”, pero el Señor le fortaleció en el momento del martirio en 1936.
Hna. María Teresa Cavestany Anduaga (1888 – 1936), proviene de una familia numerosa, donde se cultiva la literatura y el arte. Nada se interpone entre ella y su decisión de ser religiosa contemplativa. En 1914 ingresa en la Orden fundada por San Francisco de Sales. Escribe con soltura y expresa así la gran riqueza de su vida espiritual, que al profesar le empuja a escribir: “-No tengo más que un solo deseo, insaciable, inmenso: ¡el deseo, la sed de Dios! ¡Sólo Dios!”.
Al fin, las encuentro.  Saludo en busca de una entrevista corta:
- Hola,  ¿hermanas salesas?
- Si, - contesta una de las hermanas con cara de portera -, ¿necesita algo?
- Me gustaría hablar con las Hermanas Josefa María y María Teresa. 
- En un momento. 
Se acercan, dos religiosas totalmente diversas, la primera es alegre, risueña, expresa sin dudar la tranquilidad de las personas que viven a la sombra del sagrario; la segunda es un poco más reservada, sin embargo los ojos, hablan, cantan la vivencia de una gran vida interior. Se presentan, y hacen una ligera inclinación de cabeza que no esperas. 
- Hna.  Josefa María – dice la primera. 
- Hna. María Teresa.
- Hola, quisiera preguntarles sobre Don Manuel, el Obispo del Sagrario abandonado.  ¿Le conocieron? ¿Qué pueden decir de él?
Las respuestas no se hacen esperar.
- A Don Manuel le conocí a través de la Obra de las Marías de los Sagrarios.- habla Hna. Josefa María - Aquel apostolado me enamoró, el poder estar a los pies del sagrario siempre ha sido una de mis debilidades, mi madre me regañaba porque a veces se me olvidaba un poco la hora cuando iba a la capilla. Así que cuando me inscribí como María de un sagrario, lo tuve todo para mí.
- En Madrid, pude conocer a Don Manuel, aún era arcipreste de Huelva, – expresa Hna. Teresa Ma. -, deseaba ingresar en la vida religiosa, concretamente en la Orden de la Visitación, cuando le conocí. En ese momento, sin hablar palabra alguna antes, me dijo mirándome a los ojos: “tienes ojos de religiosa, pero de religiosa contemplativa”. Sus palabras se me clavaron en el corazón, pues ese era mi mayor deseo. 
- Recién nombrado Obispo de Malaga, conocí físicamente a Don Manuel – me dice la Hna. Josefa Ma. -, buscaba bienhechores para su seminario.  Mi madre había fallecido recientemente y contaba con un capital bastante numeroso, pero deseaba ingresar en la vida religiosa.  Discerní qué hacer con aquel dinero, y surgió la posibilidad de costear una beca completa para un seminarista.  Así que deposité una numerosa cantidad en la cuenta del seminario.
- Nuestra vida escondida no nos permite seguir nuestras correrías apostólicas, pero con la oración acompañábamos sus obras, mucho sufrimos cuando en 1931 le quemaron el palacio episcopal y Don Manuel tuvo que abandonar Málaga. Nosotras también sufrimos la persecución en  nuestro monasterio de Madrid. 
Suena la campana, escondida en algún lugar y las Hermanas se retiran, con una mezcla de alegría y nostalgia que expresa la riqueza de los recuerdos compartidos. 


Amigos de Don Manuel González: Beato Marcelo Spínola 

Colaboración de Manuel Antonio Bonet Ochoa

Cerca del 1er Congreso Internacional “Beato Manuel González”, por los corredores del cielo me acerco a algunos amigos y amigas de nuestro Obispo del Sagrario Abandonado.
Entre los primeros que encuentro, está el arzobispo mendigo, Mons. Marcelo Spínola y Maestre.
Abogado de los pobres, a quienes auxiliaba en Huelva, la ciudad de Sevilla le vio ordenarse sacerdote y estrenar su vida de pastor, hasta que fue nombrado Obispo y Cardenal, un cardenal pobre que mendigó por varios días para ganar el sustento de sus pobres. Fundó con la Madre Celia Méndez, las Esclavas del Divino Corazón.
- Buenos días, Eminencia, ¿nos permite unos minutos para hablar sobre Mons. Manuel González?
- Buenos días, con gusto – nos contesta en lo que se despide de sus interlocutores, unos abuelitos llegados de Sevilla.
Hace una pausa, como si recordara y prosigue:
- A Don Manuel, le ordené el 21 de septiembre de 1901, en mi Sevilla. Después le vi algunas veces, hasta que en palacio, un buen día le abordé sobre su nombramiento para Huelva, claro que él lo ha contado ya.
“-¿Quiere usted ir a Huelva? – le preguntó el arzobispo casi de sopetón.
-Yo voy volando adonde me mande mi Prelado – fue la respuesta, igualmente inmediata, a bote pronto, de Manuel.
- No - repuso don Marcelo, experto ya en santos desengaños y en el juego de matices que separan la orden estricta de la petición paternal del obispo de la Iglesia -. Yo no le mando ir a Huelva: está aquello tan mal y, lo que es peor, tan dividido entre los pocos buenos… Estoy tan harto de probar procedimientos para mejorarlo sin obtenerlo, que me he acordado de usted como última tentativa. Al fin y al cabo usted es joven, y si se estrella en Huelva, como lo temo, el mismo que lo lleva lo puede traer. Pero repito, esto no es un mandato, sino un deseo.
- Señor, los deseos de mi Prelado son para mí órdenes. ¿Cuándo quiere que me vaya?
-¡No, no! – repuso el arzobispo con nueva reserva cautelar harto fundada -. Ahora se va usted a su casa y durante tres días y con completa reserva de esta conversación, madure este deseo mío delante de su Sagrario y vuelva después con su decisión.
- Espero con la gracia de Dios que dentro de tres días vendré aquí a decir a V.E. lo mismo que ahora le digo.
Señor, aquí me tiene para repetirle lo que le dije el otro día. ¿Cuándo quiere que me vaya a Huelva?
-Pero, ¿así? – le repuso don Marcelo con extrañeza sin duda gozosa-, ¿tan decidido?
-Sí, señor; completamente decidido. Ahora que, como a mi Prelado le debo hablar como al Jesús de mi  Sagrario, debo decirle que me voy a Huelva tan decidido en mi voluntad como contrariado en mi gusto.
-¿Cómo? - preguntó el arzobispo con cierto tono entre alarmado y comprensivo -¿Es que no va a gusto?
-Voy obedeciendo.- recalcó el capellán reiterando lo dicho – los deseos de V.E. con toda mi voluntad, pero contra todo mi gusto.
Me lo explico y no me extraña – comentó el antiguo párroco sevillano de San Lorenzo, experto también en las encrucijadas del corazón humano y en los caminos misteriosos  de la gracia -. Espero que ese desprecio de su gusto, para abrazarse a la voluntad del Prelado, le ayudará mucho en su misión de Huelva”. (El Granito de Arena, 1942, pág. 50 – 52)
De vez en cuando, acá nos vemos y con algo de picardía me saluda, “Ud., tuvo la culpa de mi vida sacerdotal en Huelva”.
Cardenal Marcelo Spínola

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